Este es un ensayo que relaciona la electrónica y la tecnología, con el diseño, exactamente el diseño industrial.
“Y al principio, todo fue curiosidad”[1] y caos. Los átomos, moviéndose de manera caótica en el espacio, interactuando entre sí a través de las fuerzas fundamentales, forman moléculas, que, también azarosamente, interactúan entre sí dando pie a macromoléculas que se ensamblan y afectan a otras moléculas, que a su vez construyen otras macromoléculas en un ciclo de inestabilidad-estabilidad… A eso lo llamamos ADN. Y esa pequeña pieza de información da pie a todo un organismo completo, complejo, multifuncional y dotado de razón, que en su búsqueda de perfección (o estabilidad tal vez), modifica todo su ambiente, adaptándolo a sus necesidades cambiantes y caprichosas. Y todo empezó con un conjunto de átomos azarosamente distribuidos y caóticamente móviles. De la misma manera, el obrar humano, carente de manera superflua de razón y de dirección, forma una macroestructura que desemboca en sociedades, en ideas y en conocimiento, que es sublimado en objetos diversos… objetos que modifican a su vez al hombre y a esa macroestructura. La dirección del ser humano, impulsada por el caos, tiene un propósito. Y los objetos, como manifestación del hombre, son una radiografía de su pasado, y una esperanza para su futuro. “la gente tiene una conciencia históricamente moldeada”[2] Pero, ¿hacia donde va el hombre?
Si nos apoyamos en el futuro, vemos que todo elemento actual de los objetos, todo concepto, toda idea, está apoyada en pilares de conocimiento y experiencia que surgieron en un pasado, no como la consecuencia de un plan cuidadosamente ideado, sino como un conjunto de eventualidades que cobran significado en cuanto el hombre adhiere una finalidad a dichos acontecimientos. Y esa finalidad, sobre todas las cosas, escrita en el código genético anteriormente mencionado, insta por sobrevivir, por evolucionar, por ser mejores, por alcanzar la perfección a través de la curiosidad y la adquisición de conocimiento. Las manifestaciones actuales de los objetos no son más, y no serán más, que deseos humanos cristalizados, necesidades humanas satisfechas a través de la forma. Es de esperarse entonces que esta misma línea de acción se mantenga constante, materializando deseos en sustancia. Pero estos deseos, bases del humano sensible, pueden incluso engullir al creador de aquellos, sumiéndolo en un mundo inexistente al compararlo con el real. La virtualidad y la inmaterialidad, como lo sustenta Rodolfo Llinas en su libro “El cerebro y el mito del yo”[3], pueden convertirse en un aliado en la supervivencia del hombre, o en el catalizador de su propia destrucción. La época del satur-ethos, el hombre aturdido por la información y los sentidos, puede ser una consecuencia de esta virtualidad a la que el hombre tenderá inevitablemente por su deseo de control y de manifestación de su interioridad. Pero también sería incongruente imaginar que esta virtualidad, basada en medios de comunicación, en intercambio social, en videojuegos y en mundos alternos creados por otros hombres, no afectará la realidad material. De hecho, el hombre mismo, en su afán de imitar estos mundos deseados, tiende a modificar el mundo para que este evoque las emociones que su imaginación, y la virtualidad misma, le generan.
Estos espacios efímeros, espacios que cambian de acuerdo a los deseos del usuario, no son algo nuevo. Desde la época del homo curius, cuando a los objetos se les aceptó una función visual, la sensi-mimesis se impuso sobre el objeto: Estos no solo cumplen una función material, sino que a través de su forma y sus accidentes, me evocan una emoción que refuerza su función, aunque esa forma sea similar a otras formas naturales no creadas por el hombre, o se parezcan a otras artificiales que conllevan otro tipo de emociones asociadas. Cuando esta particularidad de asociar emociones a los objetos a través de la forma de otras cosas se impone, el hombre se da cuenta que no solo quiere una pieza que cumpla una función, quiere una pieza que lo haga sentirse bien, que lo haga sentirse como él desea sentirse… y a través de esa búsqueda de sensaciones, trata de abstraer las formas de las naturaleza, y trata de encontrar la esencia misma de la forma. Es curioso cómo el hombre, en su artificialidad social, siempre se remite a la naturaleza, sea para imitarla, sea para explotarla o sea para extraer elementos de la misma. La simetría, que es alabada en la época bionic-isogea, sostenida por la geosinergia, cuando el homo logos es capaz de abstraer del mundo figuras fundamentales y elementales, es una manifestación de ese deseo de alcanzar nuevamente a la naturaleza. Si el hombre, a través de su artificio, abstrae la naturaleza, no es extraño que en un futuro no solo la use, sino que la reproduzca en sus objetos. En la tronicósfera, es de esperarse entonces una fusión natural-artificio, una simbiosis entre lo biótico y lo abiótico. Que los objetos puedan nacer de la tierra no será algo extraño, que puedan ser autosuficientes, reproducibles por medios no industriales, incluso, que puedan “morir”, para dar pie a otros objetos más evolucionados que corrigen los problemas del objeto que los precedió, es una perspectiva un tanto idealista, pero no imposible. Los avances en la biotecnología y la nanotecnología han hecho posible diversas simbiosis entre objetos artificiales, como microchips, y células vivas, como neuronas.
Pero la nanotecnología no solo se detiene en este punto. Esta ciencia, a la que con ciertas reservas defino como la “pequeña mano de Diós”, tiene una finalidad mucho más trascendente que la imaginada por los actuales diseñadores. Pequeñas máquinas, capaces de ser ensambladas de cualquier manera estructural, cambiando propiedades de diversos materiales con solo impulsos eléctricos o modificaciones mecánicas de las estructuras moleculares (como pasa con los nanotubos[4] de carbono), da pie a la sorprendente ausencia de forma, que al mismo tiempo es la manifestación de todas las formas imaginables. Suponer que cada partícula de un objeto tiene la conciencia suficiente para poderse mover y adoptar la posición que desee, significa pensar que cualquier objeto compuesto de estas estructuras puede adoptar infinidad de formas, que dependerán en última del deseo del usuario. Son como manifestaciones microscópicas de mecaquimeras, surgidas en un pasado lejano a través del homo logos, que pudo percibir la posibilidad de desligarse de la naturaleza para hacer creaciones propias basadas en la ciencia y la experiencia. Tener un objeto que puede tomar la forma de cualquier objeto nos hace pensar en que no diseñaremos “cosas”, sino sustancias objetuales multiformales y multipropósito. Esto plantea una dificultad fundamental que parte del hecho de que el hombre reconoce los objetos por su forma, y les da un nombre por la forma misma. ¿Qué sucederá con la capacidad proyectual del individuo al tener una sustancia omniformal?
Los objetos siempre han retroalimentado al hombre, lo han transformado y han hecho surgir nuevas necesidades, han modificado su percepción del mundo, y en últimas han desarrollado su inteligencia al enriquecer el metalenguaje que controla las relaciones humanas con otros humanos y con el mundo que lo rodea. Anthony Smith, en su libro “La mente”[5], explica cómo el lenguaje, al igual que la motricidad manual, fueron detonantes en el desarrollo del cerebro y de la inteligencia humana. No nos equivocamos al afirmar que los objetos realimentan y estructuran la inteligencia humana. Y no nos equivocamos tampoco al decir que, con la necesidad humana de exteriorizar su interior, y con la necesidad de interactuar con los objetos (función indicativa enriquecida), intente sublimar o crear una inteligencia externa a él con la que se pueda relacionar… una inteligencia fuera de lo natural del ser, una inteligencia imitativa, es decir, una inteligencia artificial. De hecho, el ser humano está desarrollando la ciencia de la inteligencia artificial para poder crear interfaces amigables con el usuario, como si, de alguna manera, pretendiera no solo usar los objetos y entender cómo funcionan, sino que también quisiera interactuar con ellos, comunicarse…
Un objeto con emociones, cuya función indicativa no solo manifieste los modos de uso, sino que a través de estados de “animo” muestre su funcionalidad, su durabilidad, su tiempo de vida, es una realidad esperada. Y que no solo manifieste características de su ser, sino que también sea una creación de su usuario, que su “personalidad” sea la que el dueño desea que sea, y que a través de la misma pueda comunicarse con otros objetos para comportarse como una unidad estructural, como un macro-objeto fraccionado en piezas funcionales… un objeto de esa manera redefiniría y nos recordaría la gestalt: “el todo es mayor que las partes que lo componen”
Esta multifuncionalidad de objetos comunicados entre si no es una idea suelta. Actualmente, los desarrollos en comunicación inalámbrica, y en algoritmos de manada (algoritmos que le permiten a una cantidad inmensa de máquinas trabajar en funciones particulares en pro de una función común, como las hormigas) están dando frutos en estudios de diversos robots distribuidos en una casa, comunicándose entre si como una unidad, y dando órdenes a diversos electrodomésticos para satisfacer los deseos del usuario. La comunicación inalámbrica, junto con la virtualidad y otras manifestaciones tecnológicas, es lo que Thomas Friedman llama “los esteroides: Digital, móvil, personal y virtual”[6]. La manifestación y exteriorización de los deseos humanos escala un paso más allá, y se convierte en la manifestación del pensamiento humano en pro del mismo ser humano. “No podemos saber si el hogar electrónico se convertirá realmente en la norma del futuro. Sin embargo, ah de comprenderse que, si a lo largo de los próximos 20 o 30 años realizara este histórico nada mas que entre el 10% y el 20% de la fuerza de trabajo tal cual como actualmente se haya definida, nuestra economía, nuestras ciudades, nuestra ecología, nuestra estructura familiar, nuestros valores e incluso nuestra política, se verían modificadas hasta resultarnos irreconocibles”[7]
Estos robots, intercomunicados entre si, no son solo un amasijo de motores y cables. En realidad, la forma de los mismos está acercándose de manera peligrosa y excitante al mismo tiempo, a formas muy conocidas por nosotros, como las formas de nuestra mascota, de nuestro héroe favorito, de nuestro mejor amigo, de nuestra amante… Estamos antropomorfizando a los objetos porque ellos no solo significan lo que hacen y lo que nos evocan, sino que a su vez pueden tener incluso emociones más profundas asociadas a si mismos. Nada raro pensar en esto, si hacemos la referencia a los objetos rituales, en el mito-gonos, en el que las cosas que nos rodeaban podían imbuirse de poder, de protección, de fortaleza, de tranquilidad. Y si hacemos un símil apropiado, a nuestros seres queridos los imbuimos con tranquilidad y con comodidad, a nuestros héroes los imbuimos de poder, de fuerza, a nuestros amantes los imbuimos de deseo, de pasión. Los otros seres humanos cumplen funciones totémicas para nosotros, de la misma manera en que un objeto puede cumplirlas. Y qué fácil puede ser para ese objeto seguirlas cumpliendo cuando no solo cumple una función, sino que te referencia a esa persona o animal que quieres, respetas o deseas.
Toda esta construcción objetual se asemeja a la creación de una estalactita y una estalagmita. Las acciones humanas, insignificantemente pequeñas en comparación con el devenir histórico, aportan un pequeño elemento casi imperceptible en la globalidad, así como cada gota aporta una ínfima cantidad de materia para la estalactita. Todo este desarrollo, impulsado por el deseo humano de perfeccionarse, aprender y sobrevivir, es el que le da forma a toda esta globalidad a la que cada ser aporta, de la misma manera como la gravedad se encarga de impulsar las gotas de agua con material mineral siempre hacia abajo. Al final, luego de gran cantidad de tiempo, y de aportes minúsculos de hombres, de gotas, se percibe una globalidad formada, una estructura social, una intención clara, y un fin tal vez no tan claro pero al menos direccionado por las acciones del pasado, una estalactita madura.
Toda esta capacidad multiformal, autodecidida, autoformada, autoreproductiva, antropomorfizada, virtual-real… hace ver al hombre como el artífice de su propia superioridad, remite al mito creacionista del hombre creado del barro, salvo que ahora no es Dios quien toma el barro, sino el mismo hombre, y no es barro, es esa sustancia multiformal creada a partir de la nanotecnología. “La tecnología nos hará libres”[8]. Si estos objetos nos liberan de las obligaciones de trabajo, de la preocupación de nuestras necesidades ¿Qué queda del hombre?, un conjunto de deseos y de sueños. Es el hombre liberado a través de los objetos para autorealizarse, para expresarse con completa libertad hacia lo que quiere ser y hacer. Y esto, no es ni bueno ni malo, como no lo es la ciencia o los objetos. Es la intencionalidad humana la que direcciona las creaciones artificiales y naturales controladas por él. Y siendo el hombre tan ambiguo, tan egoísta pero a la vez tan altruista, esta liberación lo sumirá en una posible tensión, de hacer lo que desea o de hacer lo que piensa, de hacer lo bueno para si, o lo malo para si, lo bueno para todos, o lo malo para todos. Si tengo la capacidad y posibilidad de decidir lo que sea, ¿Cuál es mi marco de referencia en el que debo basarme para actuar? ¿Cuáles son los muros que me permiten construir más alto? ¿Cuáles son las limitadas notas musicales que me permiten crear hermosas sinfonías? Es cierto que el hombre puede llegar a liberarse a través de los objetos que crea, pero, la pregunta gira en torno a si es capaz o no de soportar la tensión de la libertad misma, pues tenerlo todo, en muchos aspectos, es similar a no tener nada.
Enlaces relacionados:
La tecnologia y la actualidad
Qué será de la humanidad cuando...
En el principio
La vida (Boceto)
[1] ASIMOV, Isaac. Introducción a la ciencia, ciencias físicas. Editorial Muy interesante. 1985, p13.
[2] GADAMER, Hans-georg. Verdad y método. Editorial Sígueme. 1960.
[3] Llinas, Rodolfo. El cerebro y el mito del yo. Editorial Norma. 2003.
[4] Un nanotubo de carbono tiene la propiedad de, cuando se tuerce su estructura molecular, pasar de ser un aislante a un superconductor
[5] SMITH, Anthony. La mente. Editorial biblioteca científica Salvat. 1986
[6] FRIEDMAN, Thomas. La tierra es plana. Editorial MR. 2005. p172
[7] TOFFLER, Alvin. La tercera ola. Editorial Plaza y Janes. 1984, p245
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